lunes, 23 de mayo de 2011

Una tarde de febrero

Ese día fue uno de aquél febrero. No me lo voy a olvidar: Estabas sentado atrás mío y me hablaste. No te conocía, pero al resto, sí. Comenzamos a hacer comentarios que para mi gusto eran interesantes... pero no sé si lo eran realmente para vos. Mirar fijo tus ojos al hablarte fue como ver a través de ellos y llegar a tu alma; iluminaban hasta mi propia mirada y transmitían paz y tranquilidad. Parecían más claros de lo que realmente eran, brillaban bajo el agobiante sol de la segunda quincena de febrero. Con lo que primero me atrapaste fue con eso: tus ojos... Nunca supe bien de qué color eran... pero lo que sí descubrí bien fue tu sonrisa. Esa que es pícara, linda y hermosa; brillante, radiante y atrapante... siempre en su máximo esplendor. Esa que nunca pude dejar de mirar, esa que acaricia la perfección. Tu barba de algunos días cubría tu cara y llegaba hasta la mitad de tu cuello. Tu pelo, despeinado, estaba de aquí para allá... quizás alterado por mis miradas, desbordado por la inexperiencia y sobresaltado por la timidez misma provocada por la percepción.

No hay comentarios: